Al hablar sobre la muerte y el destino del ser que partió, los padres deben transmitirles a los niños aquello en lo que en verdad creen.
Cuando los niños pregunten sobre el destino del ser querido que murió, las respuestas válidas serán aquellas en las que los adultos también crean, ya sean creencias socioculturales o religiosas. Cuando los niños reciben las respuestas que los adultos se dan a sí mismos, no hay fisura y se sienten contenidos. Pero si existen discrepancias entre lo que los padres creen y lo que dicen, los niños se confunden y puede haber dificultades en la elaboración del duelo.
Los chicos tendrán un duelo normal o patológico de acuerdo a cómo los adultos responsables elaboren y acompañen el proceso.
Por ejemplo: Se produce la muerte de un familiar cercano. Si los adultos que quedan a cargo de los niños tienen dificultades para aceptar la muerte y la niegan, no tocan el tema o sólo responden con evasivas, el niño queda con la sensación de que -de esto no se habla- y por lo tanto también calla. No expresa sus sentimientos y queda todo en su interior sin resolverse. Los niños captan a la perfección las sensaciones y vivencias que tienen los padres. No hay que tener miedo de compartir los sentimientos con ellos, siempre y cuando, se les brinde contención.
Es recomendable enseñarles a los niños que la muerte no es algo oculto o misterioso, sino un hecho normal que forma parte de la vida y nos sucederá a todos. Conviene evitar apabullarlos con demandas o responsabilidades que no condicen con su edad. Tanto desde el punto de vista cognitivo como afectivo, los niños menores de tres años no comprenden el significado de la muerte. Entre los tres y los cinco la consideran como un suceso reversible, una suerte de sueño que en algún momento va a concluir. A partir de los cinco y hasta los nueve comienzan a entenderla como un evento definitivo, pero que sólo les sucede a los demás. Recién cumplidos los diez años lo observan como un suceso inevitable que supone el fin de la actividad física.
Para favorecer una elaboración positiva del duelo, los padres deben dar respuestas a tono con las capacidades de los niños, ponerse en su lugar y acompañarlos con afecto y sensibilidad. No deben cargar al niño con mandatos del tipo -ahora tú serás la mujer de la casa o tú el hombre de la casa-. Los chicos tienen derecho a vivir el tiempo de su niñez o adolescencia sin verse apabullados por responsabilidades que no les corresponden.
Toda vez que, luego de la muerte de un padre, el que le sobrevive encuentra otra pareja, debe quedar claro que es una nueva relación afectiva y no un sustituto. No hay que negar la muerte ni pretender reemplazar al progenitor.
No hay que negar la existencia del progenitor que se fue. Es importante reconocer y tener presente ante los niños el valor de esa persona y su condición de madre o padre. Habilitar la posibilidad de continuar con la vida y desarrollar un vínculo afectivo con otra persona que ocupe su rol, sin reemplazarla.
Cuando muere un hijo, no es recomendable reemplazarlo inmediatamente por otro. Todo niño que viene al mundo tiene derecho a que se celebre su llegada por sí misma y no, como reemplazo de alguien que partió.
Al tener un hijo prontamente para reemplazar al anterior, no se permite la elaboración de la pérdida. El hijo nuevo carga con el peso del muerto y esto, acarrea muchas perturbaciones en su personalidad.
Una elaboración adecuada del duelo implica dejar ir al fallecido y no morir con él. Continuar con la propia vida reclama un duro trabajo de desapego.
La posibilidad de hablar de la muerte y poder repasar todo aquello que sucedió de la manera más clara y real posible, es un aspecto central en la elaboración del duelo. También es importante expresar todos los sentimientos relacionados con la desaparición y la historia de vida con esa persona. Conviene transitar y revisar lo que se vivió, agradecer todo lo que se compartió con ese ser, tratando de ver lo positivo y lo negativo; aquello con lo que me quedo y aquello que siento que pertenece a esa persona. Resulta muy conmovedor poder honrar el vínculo de esta manera. Al reconocer sus imperfecciones humanas, sin juzgarlo ni idealizarlo, nos llega un grato aire de liberación.