El sentido del humor es una de las mejores terapias contra el tedio y la depresión. Hay numerosos estudios que demuestran el efecto positivo del sentido del humor y también de la risa en el estado físico y emocional del individuo, con una influencia directa en el sistema inmunitario. Hoy día no es difícil encontrar, por este motivo, cursos en los que se enseña a reír a los participantes (risoterapia o talleres para mejorar el sentido del humor).
No obstante, esta acción tiene un valor especial si va acompañada de una actitud de inteligencia y ligereza. Utilizar de manera constante el sentido del humor es, básicamente, relativizar todo lo que nos afecta, desde nosotros mismos, al trabajo o a nuestras relaciones de pareja. A mi juicio esta percepción es, paradójicamente, «muy seria», ya que implica asumir que la mayoría de cosas no son tan importantes como imaginamos. No es extraño pues que dentro de las familias de fortalezas personales el sentido del humor esté encuadrada dentro de la de «Trascendencia».
Hay diferentes tipos de humor y este para que tenga efectos positivos no debe ser confundido con burlarse de los demás, sino más bien de la gravedad del mundo y del dolor que nosotros mismos nos inflingimos. La sabiduría popular dice que es absurdo atormentarse por las cosas: si algo ya tiene solución, ya hallaremos la manera de arreglarlo; si no la tiene, es inútil que pensemos en ello, como también defiende la psicología cognitiva.
En cualquier caso, es más fácil encontrar la solución de un problema si nos distanciamos de él y lo abordamos con objetividad. Implicarse excesivamente en la realidad no sólo es contraproducente, si no que además resulta poco efectivo. Las personas que se toman la vida demasiado en serio suelen precipitarse en sus decisiones o las evitan por miedo al fracaso. Al reír, asumimos la verdadera dimensión de las cosas y salimos a flote de nuestro vaso de agua.
Sé que es complicado, pero hay que aprender diferentes formas de enfrentarse a los problemas si las estrategias que estamos utilizando no nos ayudan o nos hacen daño. Mirarlos con perspectivas, “reírnos” (relativizarlos) y , una vez disminuída la angustia, enfrentarnos a ellos.
No hay que reírse continuamente de los problemas haciendo que no existen, ni hay que vivirlos como algo insoportable y tremendamente horroroso. Buscar ese equilibrio que nos ayude a solucionarlo realmente.